lunes, diciembre 07, 2015



Hoy leía un artículo periodístico que decía que los políticos de las grandes potencias se dirigían a la gente en sus oratorias como si su público tuviera 13 años. El estudio se basaba en un análisis muy profundo del discurso. Claro, uno puede pensar: se expresan de esta manera para llegar al mayor número de personas y que todos puedan entenderlos. No es así, ellos poseen 13 años mentales, ese es su mundo. Estamos gobernados por niños grandes. Lo peor de todo es que cuando vemos a un presidente de un partido con estas pobres condiciones pensamos que ese hombre/mujer llegó a ese puesto luego de años de debates y luchas internas en sus partidos para posicionarse, son, entonces, los mejores de sus partidos, y si ellos son los mejores ¿cómo será el resto?

Esta infantilización del discurso político lo vemos en todos los órdenes de la vida, en los noticieros, en la publicidad, en todos los medios audiovisuales, de ahí a que el cine se haya vuelto cada vez más físico y con menos diálogos. Todos los textos tratan de ser cortos y en las primeras palabras colar la idea que desean transmitir, porque luego de la quinta o sexta palabra el oyente/lector ya perdió la concentración y el hilo de lo que le están diciendo. La defensa de este estilo argumenta que el buen orador debe poseer capacidad de síntesis, y si no puede expresar en pocas palabras su pensamiento entonces no es buen orador. Bastaría con decirles que hay cosas que requieren un mayor número de palabras, que la complejidad no puede sintetizarse, pero a esta altura de mi texto ya dejaron de leerme.

Lo que más me preocupa de este estado de cosas no es tanto la simplicidad de los discursos, sino la simplificación de las personas que los portan. Sentir que la gente que me rodea tiene 13 años mentales, que quienes dirigen el mundo y deben aportar soluciones a los grandes problemas de una población mundial de  7.000 millones de habitantes apenas pueden atarse solos los cordones de los zapatos.

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