domingo, septiembre 03, 2017



Todos hemos pasado por la experiencia de que aquello que creemos que le da sostén a nuestra vida se derrumba como un castillo de naipes. Claro, luego de un tiempo y superado el duelo levantaremos otro, pero esta vez, si somos medianamente inteligentes, lo haremos con la conciencia de que estamos levantando otro castillo de naipes. Luego de dos o tres derrumbamientos, aceptamos en el fondo de nuestro ser, que la realidad es ilusoria, que aquello que consideramos importante, lo es sólo para darnos importancia a nosotros mismos. Perseguimos grandes causas para valorar nuestros actos y darnos importancia. Lo vemos claramente en los jóvenes, aferrándose a grandes causas humanitarias para sentir que lo que hacen es importante, y si lo que hacen es valioso, ellos también lo serán.

Este impulso jamás muere del todo, pero con la edad, se relativiza. Pero aún así, se mantiene para darnos sustento. La famosa “autorrealización”, no consiste en otra cosa que hacer algo que consideramos de valor. Sostenemos la falsa creencia de que nuestra “obra” nos define, y si llegamos a dejar algo de valor, nosotros seremos valiosos. El componente “narcisista” de la personalidad es necesario para darle sostén a la vida de las personas, sin esta energía no habría obra, no habría cultura, no habría nada.

Pero cuando tomas conciencia de este proceso y, junto a éste, dejan de importarte las personas, cuando no te importa qué puedan pensar de ti y sientes que te gustaría vivir en una isla alejado de todo el mundo, cuesta frenar a los vientos que puedan derrumbar tu castillo de naipes.

Mucha gente lo hace, gente que puede hacerlo, claro. Y para hacerlo se necesita no estar preocupado por el dinero. Si la gente no te importa, si lo que piensen de ti menos, y si además, no necesitas a nadie porque eres independiente, deberás encontrar un lugar para vivir donde no hayan vientos fuertes.

Es como vivir sabiendo que se está algo muerto, pero sin importarte ello. Hace unos días vi en un periodístico entrevistar a un político famoso, pero ya algo retirado de la política. Debe tener unos 75 años o más. Se lo veía bien de salud, sin embargo, en un momento va a decir algo como: “si me da el tiempo de vida podré presenciar tal cosa”. Pero interrumpe su frase a la mitad para agregar, que si se le terminara el tiempo no lo consideraría algo tan nefasto, todo lo contrario. Claramente se percibía un deseo, nada oculto, de poder descansar.

Las personas menos inteligentes pueden mantener por más tiempos las falsas ilusiones, todas lo son. Son los eternos jóvenes, son los que dicen tonteras del tipo: si te sientes joven lo eres. Lo vemos en esos artistas que cuando comienzan a aparecer las primeras arrugas comienzan con las cirugías plásticas. Ayer leí una nota donde se contaba que Sean Connery había reaparecido en un evento deportivo (como espectador, claro). Vi la foto, está muy viejo, tiene 87 años y le cuesta caminar, un amigo lo acompaña y lo ayuda a moverse. Este hombre supo cuando retirarse. No resulta infrecuente que los artistas ingleses acepten que tienen fecha de caducidad, y que se retiren a tiempo. Los norteamericanos no, Silvester Stallone sigue boxeando con su Rocky y seguirá haciéndolo hasta los 100 años. Claro, dirán, pero si su cuerpo le da, es excelente que lo haga. Pero no pasa por ahí la cosa, pasa porque una persona de 70 años persigue lo mismo que cuando tenía 18. Una cosa es sentir que se tiene energía, otra muy distinta querer a los 70 lo que se quería a los 18. Quedarse congelado en el tiempo no es bueno. Pero en fin, si alguien quiere y puede, que lo haga, mientras su castillo de naipes resista, da lo mismo.

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