lunes, enero 29, 2018



Este título adelanta un rasgo esencial del concepto del amor, el de “camino”. Los psicólogos y posiblemente los filósofos, que saben tanto de cosas que jamás han conocido, gustan del ejercicio de la discriminación y separan la noción de “enamoramiento” del concepto más profundo del “amor”. Según ellos el enamoramiento es una fase transitoria del vínculo amoroso donde prima el comportamiento sexual y surge con fecha de caducidad. La duración de este estado puede rondar en algunas semanas, meses, pero si no ocurre algo que conduzca a una etapa superior de las relaciones, se termina.

Verdaderamente nunca me gustó esta distinción, pues siempre creí que el verdadero amor es el del noviazgo, pues las parejas que más duran felices (porque durar por durar hay muchas) no dejan de ser novios jamás. Pero puedo aceptar que existan dos fases, tal vez más, pero a los efectos de este análisis basta con considerar dos estadios bien diferenciados. Evidentemente existe un primer estadio donde el encantamiento gira en torno a una atracción sexual intensa, se vive la relación en el momento sin pensar en el futuro. Hay lo que hay y punto. Mientras no aparezca nada mejor y la pareja no sufra desgaste por el conflicto, esta etapa puede durar hasta uno o dos años, aunque generalmente se queda en meses o semanas.

Creo mucho en la biología y pienso que el comportamiento de las personas está pautado fundamentalmente por los fines de la especie. Al menos colectivamente, aunque se den muchas excepciones en lo individual. Con esto en mente podemos entender que existan estas dos fases la del enamoramiento y la del amor, porque cada una de ellas cumple una función específica en el mantenimiento de la especie. La primer fase empuja a los miembros de distinto sexo a conocerse. No desconozco los casos donde la atracción se da entre miembros del mismo sexo, y creo que hasta existe una explicación científica que lo justifica teniendo este comportamiento valor para el mantenimiento de la especie, pero no lo analizaré ahora.

Para que la especie sobreviva se necesita la atracción entre miembros del sexo opuesto, pues se necesita descendencia. Pero un miembro de la especie humana no puede valerse por sí mismo hasta luego de unos cuantos años. Si sólo existiera la fase de enamoramiento las mujeres quedarían embarazadas tendrían sus hijos y deberían cuidarlos solitas. Sólo con la fase de enamoramiento la especie humana hubiera desaparecido hace mucho tiempo, pues la carga para las mujeres sería terrible y no podrían valerse solas con el cuidado de los hijos.

La madre naturaleza debió crear el amor para salvar a la especie. ¿En qué consiste el amor? En una energía que interviene para mantener a dos personas unidas en el tiempo para algún proyecto vital, como formar familia y tener hijos, cuidarlos, darles una buena educación, etc. Sin el amor asegurando la unión de las personas por largos periodos de tiempo la especie humana habría desaparecido. Pero ahora puede entenderse el título de este escrito, porque no puede disociarse el concepto de “amor” del de “camino”. Sin un camino que involucre a dos personas no podría darse el amor o, si se dio, terminará. Lo vemos con parejas que luego del criado de los hijos sienten que no tienen más nada que hacer juntas.

El hijo de mis vecinos se ha independizado y se fue a vivir con su propia pareja. El amor de sus padres creo que ha muerto hace mucho. Hacen cosas juntos, ahora están remodelando la casa, también creo que están saliendo de una crisis económica, pero todo lo que hacen juntos parece mecánico, no hay vida, nada los enciende como pareja. La aventura que alguna vez iniciaron juntos ha terminado. Supongo que tratan de reinventarse, de iniciar una nueva aventura, pero no pueden lograrlo.

Es cierto que nunca en mi vida he visto que un amor muerto pudiera renacer. Posiblemente porque en el amor se da un proceso de encantamiento, y al romperse no pueda volver a reencantarse la relación. El amor es una energía que nos empuja a hacer lo que a veces parece imposible, y una vez que tomamos conciencia de este proceso, perdemos la inocencia.

Pienso que todos hemos visto a personas, generalmente muy jóvenes, sufrir por un amor perdido. Ese chico o chica puede creer que nunca saldrá de ese terrible dolor, pero el tiempo todo lo cura y curará a estos chicos. Sin embargo, habrán aprendido algo, a relativizar el amor. Podrán volver a enamorarse, pero jamás como lo estuvieron antes. Además, se enamoraran preparados para perder el nuevo amor si se diera el caso, de manera que no los tomara desprevenidos. Nunca más volverán a sufrir como antes, posiblemente nunca más lleguen a amar con la misma intensidad.

Hay quienes dicen que el amor es una forma de locura, creo que es así, se puede enloquecer una vez, pero luego será más difícil que ocurra. Todo se relativizará, la razón estará operativa para decidir en función de la cabeza antes que con el corazón. El lado bueno de esto es que ya no se volverá a sufrir, el lado malo que nunca se volverá a estar tan vivo como antes. Todo perderá intensidad.

Creo que esto ocurrió con mis vecinos, el conflicto y los problemas los desgastó. Harán cosas, porque antes el hacerlas los hacía felices, pero ahora todo es mecánico. Perdieron la chispa vital y lo saben. Nada puede reanimarlos, ni el juego de la sinceridad. Porque unos de los recursos más viejos para reanimar una relación es el de abrirse, mostrarse vulnerables, ser sinceros. Porque en las películas la sinceridad se premia, pero en la realidad sólo aburre.

Dicen que las dos emociones más intensas son las del amor y la del odio. Es más, no pocas veces uno pasa al otro. Tengo una hipótesis, que el odio en una pareja luego de haber perecido el amor es un recurso para sentirse vivos. Porque nos sentimos vivos al amar o al odiar. Cuando en una pareja se instala el odio puede que aún quede algo de amor. O no.

Pero volviendo al concepto de “camino”, que no puede disociarse del concepto de “aventura”, porque un camino nos atrapa cuando nos ofrece una aventura de algún tipo. El amor necesita de un camino que ofrezca una aventura, y cuando una pareja logra enamorarse del mismo camino, entonces la energía del camino revitalizará la relación. ¿Qué les falta a mis vecinos? Una aventura que los entusiasme a ambos. Pero también ayuda a entender a las parejas gay que alcanzan una gran estabilidad en el tiempo: porque se han entregado a la misma aventura.

Los grandes amores que he conocido han tenido todos un rasgo en común: un gran camino que los uniera, un propósito. Y por supuesto: no poder imaginarse uno sin el otro. Pero no confundir con la amistad, porque una pareja que se ame no se consideran simples amigos, porque cuando esto ocurre sí que se ha acabado el fuego. Cuando hay amor cada miembro de la pareja nutre al otro, le da vida, sentido. En la amistad el compañerismo es un pobre sustituto del amor. Recuerdo cuando falleció la esposa de mi dentista, un hombre de 60 años, el pobre se sintió morir, le llevó años recuperarse, posiblemente nunca se haya recuperado. Porque cuando hay amor resulta insoportable vivir sin el otro. Simplemente no se puede. Esta pareja tuvo hijos, los hijos crecieron, se independizaron, pero la aventura vital entre ellos no acabo. Estos son los verdaderos grandes amores, aquellos que se encuentran por sobre todo, donde el sentido de uno se encuentra en el otro, y sin el otro se pierde la razón de ser. En el amor uno es por el otro, y sin el otro se deja de ser.

Es cierto que los grandes amores son cada vez más escasos, para algunos hasta inconcebibles. Posiblemente porque las grandes aventuras van desapareciendo. Porque el amor va de la mano de la razón de ser, de la intensidad que se es. En un mundo donde se ha perdido la importancia personal, en un mundo donde el consumo y el entretenimiento han ocupado el tiempo y el espacio de las personas, donde se vive pulsando el botón de la recompensa cerebral, el amor no tiene cabida.

Las grandes aventuras han desaparecido de este mundo y con ellas los grandes amores.

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